Crónica de GRAVEYARD en Madrid

En la era de Internet uno no sabe por dónde va a llegar el éxito a un grupo. Existen condicionantes que, sin duda, ayudan a nivel de promoción y formas de llegar al público pero el boca a boca del siglo XXI, es decir, redes sociales, Youtube, etc. son factores que cualquier aprendiz de marketing seguro considera a la hora de dar a conocer un producto. Las vicisitudes del mercado musical presentan, como todos, sus peculiaridades pero ya que, en la actualidad, la venta de discos no un factor de medida, hay que ceñirse a aspectos como la asistencia a los conciertos para valorar el impacto de una banda. Claro que si estás en la todopoderosa Nuclear Blast, eres sueco y practicas un estilo “de moda”, todo es más sencillo.

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Esta reflexión me vino a la cabeza mientras esperábamos la apertura de puertas para la descarga de GRAVEYARD. El combo escandinavo se presentaba en Madrid precedido por una aureola de ser el próximo que puedan romper barreras e ir un paso más allá en seguimiento, no limitándose a un público potencial que linde el estilo que practica, ese buen Hard Rock de aires setenteros, con un toque Blues y no demasiado denso en relación a otros coetáneos que se han apuntado a este revival retro. Si uno se deja llevar por las semanas previas, algo debe tener el agua para que la bendigan, que diría el refrán, porque la actuación, inicialmente programada en la sala El Sol, hubo de ser trasladado a un local de bastante más aforo como Arena.


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Sin embargo, esta ampliación del número de tickets no mermó la ilusión del respetable que acudió en masa, llenando la sala como en las grandes noches, abriéndose, incluso, la parte de arriba, hecho absolutamente excepcional que no ocurre en demasiadas ocasiones. La gente se agolpaba en la céntrica calle Princesa formando una larga cola esperando, con un inusual frío de mayo, a que se abrieran las puertas. Se tardó mucho, todo para no alterar el horario teórico de El Sol, normalmente bastante más tardío que en Arena. Una vez dentro, pudimos comprobar que no habría teloneros por lo que la espera sería importante sin que ello consiguiera impacientar a los seguidores de GRAVEYARD, que se las prometían muy felices.

Pasadas las nueve y media, se apagaron las luces y una salva de aplausos engalanó la entrada en el escenario de los de Gotemburgo. Sin grandes alardes, solo con sus equipos y un escueto pero muy eficaz juego de luces, la inconfundible sirena de “An Industry Of Murder” nos hizo saber que la velada comenzaba. Eso sí, lo hizo con un zumbido insufrible del bajo que tapaba al resto de instrumentos, si bien a la vez de molestar, supuso que los ojos se fijaran en el excelente Rikard Edlund, con movimientos peculiares pero gran destreza con su instrumento. Si bien la crítica se ha centrado mucho en el sonido de guitarras y el feeling general que desprende GRAVEYARD, para mí, la base rítmica es lo más destacable porque a Rikard hay que añadir el increíble baterista Axel Sjöberg, una máquina detrás de ese kit tan sencillo que posee.


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Con todo ecualizado mejor (aunque hasta el tercer o cuarto tema no alcanzó el notable), “Hisingen Blues” levantó vítores y coros en la audiencia con ese aire acelerado que tienen los temas cañeros de este grupo, y “Seven Seven” implicó que el concierto se había calentado a tope, los músicos sudando la gota gorda y el público gozando de la descarga. Algo que me sorprendió, para mal, es lo pesados que se pusieron con que no se hicieran fotos a partir de la tercera canción. No hablo de los fotógrafos acreditados sino de los fans. Al que le veían levantar la cámara le llamaban la atención, como si estuvieras viendo la reunión de LED ZEPPELIN en un evento privado. Personalmente, me parece demencial pero ellos sabrán.

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La música es un conjunto de sensaciones y reconozco que GRAVEYARD no me provoca tantas como, a priori, debería. Amo el estilo, los suecos son buenos en lo que hace, pero su propuesto solo me llena en momentos puntuales. Y teniendo un notable directo, innegable, no me transmiten emociones. Esa indiferencia y actitud “seventies” está muy definida pero les veo una ligera ausencia de fluidez, salvo en Sjöberg. Esto es una mínima crítica dentro de, reitero, una actuación inmaculada en la que “Slow Motion Countdown” nos llevó al primer instante de relax, rápidamente alterado por “Ain´t Fit To Live Here” y la adictiva “Buying Truth (Tack Och Förlat)”. Era este un segmento del show dedicado a “Hisingen Blues”, el álbum de su despegue a nivel internacional, que culminó con “Uncorfortably Numb”, también con pasajes más atmosféricos y calmados.


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Hasta entonces, habíamos vivido una especie de desafío entre sus dos últimos trabajos, “Hisingen Blues” y el que presentaban “Lights Out”, pero, por fin, se acordaron de su homónimo debut, con una de las composiciones que, en mi opinión, mejor representan el espíritu GRAVEYARD, “As The Years Pass By, The Hours Bend”, donde, aquí sí, el feeling se desborda. En ese contrapunto que fue el concierto, y sin solución de continuidad, Joakim Nilsson anunció “Granny & Davis”, tema que no se encuentra en ninguno de sus trabajos pero suele ser recurrente cada vez que pisan las tablas. No es nada espectacular, más bien prescindible, pero en directo cumple su función. “Hard Times Lovin’”, sin salir del patrón, sí que ofrece unos registros distintos de Nilsson, más graves, si bien tampoco termina de convencerme.

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Cuando estaba bajando el momentum, atacaron “Thin Line”, de su primera entrega, con ese aire THE DOORS. La cadencia característica del Morrison, Kasparek y cía. la ejecutan a la perfección en uno de sus cortes más destacados, si bien quizá no es de las más celebradas por la concurrencia. Todo lo contrario que “Goliath”, single de “Lights Out” y que el público coreó con entusiasmo. Pocos imaginábamos que con ella se iban a despedir cuando ni tan siquiera se había alcanzado la hora de actuación. De acuerdo que había sido intensa, sin paradas innecesarias pero estamos hablando de una formación con tres álbumes editados, relativa juventud y ganas de imponerse en el universo del Hard Rock. No es admisible, en ningún caso, una duración así.


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Todo fuera que nos sorprendieran y alargaran sobremanera el bis. Afortunadamente, esta decepción se pasó al regalarnos la imprescindible y zeppeliniana “The Siren”, para mí su mejor canción, que nos transportó a otro mundo, más lisérgico seguramente y sin las preocupaciones del día a día. Siete minutos de gloria que hacen que un concierto merezca la pena. De vuelta a la realidad, dos cortitas para concluir: la pegadiza “Endless Nights”, el otro single de “Lights Out”; y “Evil Ways”, con la que suelen cerrar y despedirse. Tras poco más de hora y diez, y de manera tan sencilla como llegaron, los suecos pusieron rumbo al camerino para no regresar.

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La impresión del público era realmente buena, sobresaliente tal vez, pero considero que muchos venían predispuestos porque el efecto GRAVEYARD ha calado hondo en mucha gente. No obstante, el no haberse estirado un poco más debe restar puntos en la valoración definitiva. Luego están los gustos de cada uno, y es ahí donde no veo cómo GRAVEYARD sí y otros no, más allá de que esté en el instante preciso y el sello adecuado, pero ese tipo de aserto quedan en cada uno. Es necesario ver cómo sigue creciendo en los años venideros porque lo tiene todo para convertirse en punta de lanza del género, pero que no se confíe ya que hay muchos competidores. Si no mejora un poco en el aspecto compositivo y en ofrecer conciertos más largos, puede todo el hype se diluya.

 

Crónica: Marco-Antonio Romero
Fotos: David Ortego

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