Crónica de IRON MAIDEN en Madrid (julio 2016)

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IRON MAIDEN, 2016. El grupo de mi vida, en el Palacio. Y acabé yendo casi de rebote e invitado, un ejercicio de corrección que agradezco a la misma persona que, cuando yo casi ni era adolescente, me dejó “Live After Death” en doble vinilo para ayudarme a hacer más llevadera una gripe. De eso hace más de un cuarto de siglo y yo nunca había escuchado Heavy Metal y no tenía gustos muy definidos en absolutamente nada. Supongo que solo quería ser mayor, que es lo que deseas hasta que empiezas a querer ser más joven. Lo que escuché me abrumó hasta tal punto que la experiencia se grabó en algún lugar de mi memoria absolutamente estanco. Si cierro los ojos y me concentro, recuerdo lo que sentí en aquel primer encuentro con cada canción, la mayoría hoy himnos atemporales. Días después corrí a una tienda de discos, cuando todavía las había en un volumen más o menos razonable y empezaba a comercializarse el compact disc, y me compré “Maiden England” en VHS. En esos tiempos no existía Internet, ni Youtube ni ninguna ventana que se abriera al mundo que estaba más allá de donde alcanzaban tus ojos. En esos tiempos uno simplemente no estaba preparado para darle al play sin saber muy bien qué se iba a encontrar… y encontrarse aquello. Hasta qué punto esos momentos marcaron mi vida solo lo saben quienes me conocen. El Metal es una parte de mi tan esencial que solo ahora que he sido padre he descubierto un sentido de pertenencia mayor. No es mi vida en un sentido de eslogan hueco: es una parte fundamental de ella y IRON MAIDEN es mi grupo, aunque desde hace años apenas escucho nada que no sea Metal Extremo. Algo así no se olvida jamás pero sí se acaba dando tan por hecho que se aparta en un rincón. Y hay ciertas emociones que jamás deberían acumular polvo en los desvanes del alma. No te estoy contando mi vida, solo intento explicar como me sentí en ese par de horas del Palacio y en muchas de las que les han seguido en los días siguientes.

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He visto a IRON MAIDEN tantas veces, en tantas ciudades y a lo largo de tantos años que, literalmente, cada vez que las cuento me sale un número distinto. Ahora llevaba de sequía autoimpuesta desde, creo, la gira de “A Matter Of Life And Death” en Barcelona. En los 24 años que han pasado entre el primer concierto y el último, no recuerdo uno malo. Solo uno regular, en la gira del “Virtual XI” en Valladolid y cuando a Blaze Bailey le asomaba ya el cartel de 'se traspasa'. La categoría de IRON MAIDEN en directo es tal que su excelencia se acaba asumiendo como algo mundano cuando está lejos de serlo. Se da tan por hecho que no va a fallar que casi ni se valora, como si fuera alta tecnología japonesa y no un puñado de señores ingleses ya francamente mayores. Su nivel de profesionalidad, ética y energía es parte de su leyenda y en parte por eso fue un concierto en el que si entrecerraba los ojos podía trasladarme a cualquier época, a cualquier gira, a cualquier ciudad. Punto por punto y sin rastro de agotamiento o excesivo acomodo, el show fue básicamente eso: IRON MAIDEN en directo. Con toda la parafernalia, el carisma, la gloria y la música. Heavy Metal. Les habrás visto, o si no Youtube está lleno de vídeos. Han editado ochenta DVDs. No hace falta entrar en muchas más descripciones.


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He de decir también, porque el setlist es asunto recurrente con todo lo que queda en el tintero siempre, que me gusta “The Book Of Souls”. Lo mejor del grupo en 15 años, absolutamente mejor que el cuestionable “The Final Frontier” y, en al menos en mi caso, mucho más de lo que esperaba a estas alturas. Dicho esto, a priori las canciones elegidas para el repertorio no me parecían las mejores posibles de un nuevo trabajo que se llevó medio setlist. Entre infaltables de manual como “If Eternity Should Fail” y “The Book Of Souls”, eché en falta “The Great Unknown”, “Shadows Of The Valley” y hasta la tristeza oscura de “The Man Of Sorrows”. Y me sobraban “The Red And The Black”, “Death Or Glory” y “Tears Of A Clown”, que me provoca sentimientos contradictorios, aunque me gusta. Pero el caso es que en directo funcionan condenadamente bien, así que nada que objetar aunque dicho queda. En cuanto al resto, el debate sería siempre eterno con tanto en la mochila pero agradecí a lágrima viva “Children Of The Damned” y disfruté de la ebullición absoluta que supuso la concatenación de “The Trooper” y “Powerslave”. Elegiría muchos cierres mejores que “Wasted Years”, pero evidentemente el efecto de comunión final que viajaba imantado a su estribillo fue fantástico. Y elegiría muchas canciones antes que “Blood Brothers” para el eje de los bises, pero es que también funciona con su emotividad clásica y orgánica.

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Cuando se encienden las luces, solo puedes dar la razón a IRON MAIDEN. Porque siempre se empeñan en acabar teniéndola. El grupo desplegó el espectáculo escénico de siempre, Bruce Dickinson cantó formidablemente bien y, con muchas más arrugas, IRON MAIDEN hizo lo mismo que habría hecho -que hacía- hace diez o veinte o treinta años: un concierto fabuloso. Ayudó el Palacio, que lleno y entregado crea un ecosistema imponente.

Para mí este concierto fue una celebración de mi propia vida, una mezcla maravillosa de nostalgia y felicidad, una inyección de optimismo, un abrazo al yo más real de todos los yos que me habitan. No compadezco a quien no le guste este grupo, solo a quien nunca se haya sentido así al menos durante un par de horas de su vida. Con lo que sea. Me he perdido algunas de sus últimas giras porque con quien siempre ha estado ahí acabas sintiendo que siempre estará. Y no es así. Y hay que valorarlo, aprovecharlo, celebrarlo. No dar nada por seguro: como con la vida misma. IRON MAIDEN estuvo a la gigantesca altura de IRON MAIDEN y no se me ocurre nada mejor que decir. Así que si eres de los que nunca ha creído en ellos o de los que dejaron de creer, o de los que empezaron a fruncir el ceño, y aunque no te importe absolutamente nada todo lo que he contado, al menos créeme en esto: fue un concierto fabuloso.

 

Juanma Rubio

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