MY DYING BRIDE - The Manuscript

Mi querida prometida. Confieso que he pecado. Te he dejado de lado, incluso he intentado olvidarte. Déjame contarte el porqué, con la confianza de tantos años de relación, nuestra comunión es tan grande que es imposible que las flores se marchiten. Aún recuerdo el día que te conocí, cuando concluía mi adolescencia. Alguien puede pensar que son las feromonas, la juventud, la idea del amor efímero, o quizá de una noche loca en que dos entes se encuentran para no volver a toparse jamás. No, aquel día no fue así. Aún tengo presentes en mi cerebro el momento del flechazo. Me parecía escuchar unos violines. ¿Unos violines en una banda de Metal extremo? Imposible, sería fruto de la imaginación. ¡No! Era verdad, una envolvente melodía de violín hizo que me enamora de MY DYING BRIDE. Siempre, desde ese instante, supe que “Sear Me” supondría una referencia vital.

En nuestra particular historia hemos visto cisnes, ángeles, atravesado ríos oscuros y escuchado el llanto de la humanidad. Muchos, no solo yo, empezamos a amarte, tanto que llegaste a servir de telonera a una Doncella de Hierro ante la estupefacta cara de sus seguidores más clásicos. Sin embargo, algo se torció. Tal vez fruto de esa experiencia, quisiste adecuar tu estilo para atraer a un mayor número de fans. “For You”, “A Kiss To Remember”,… sí, estaban bien pero no era lo mismo. Tal fue tu evolución que coqueteaste con la escena alternativa (“34.788%... Complete”). Bastantes de los que empezamos contigo no es que no te lo perdonáramos pero preferimos permanecer en un segundo plano. No hizo falta que nadie te lo dijera. Te diste cuenta que no era el camino. Había que volver a los orígenes pero esas regresiones no son sencillas. En multitud de casos se convierten en un sucedáneo de lo que éramos, de lo que fuimos, de lo que nunca volveremos a ser. “The Light At The End Of The World” significó eso, un retorno, pero también un sucedáneo, algo que no completo. Eso sí, reconozco que cimentó las bases para recobrar nuestra relación (“The Dradful Hours”, “Songs Of Darkness, Words Of Light”).


 

¿Qué pasó, entonces, para volvernos a distanciar? La monotonía. Llegué un punto en que cada vez que quedaba contigo terminaba añorando la euforia inicial, la pasión de nuestros primigenios encuentros. Cuando uno de los dos cae en esta desidia, es mejor dejarlo. Me resistí a hacerlo, intenté que las cosas funcionaran (escuchando “A Line Of Deathless Kings” y “For Lies I Sire”), pero no fui capaz de volver a sentir la llama en mi corazón. Me alejé, nuestra senda se bifurcó y llegué a ignorarte. “¿Cómo puede ignorarla?” me comentó algún amigo, dándome un sabio consejo. “Ha vuelto. No solo es aquella que conociste sino que ha adquirido madurez, una belleza adulta”. Aun así, no me decidía y dejé pasar la oportunidad (“A Map Of All Our Failures”).

Hete aquí que un día, sin esperarlo, sin pretenderlo, crucé la calle y ahí estabas tú. Eras inconfudible. Más de dos décadas después, reviví el cosquilleo en el estómago, el querer estar contigo a todas horas, recurrir a tu voz, a tu música, hasta el violín había vuelto a hacerme sonreír. Me han servido cuatro canciones, ese manuscrito que has compuesto (“The Manuscript”) posee todas las cualidades de aquella que fue nuestra prometida, de quien nos enamoramos. Oscuridad, melancolía, dulzura, amargura, poesía, voces torturadas, atmósferas evocadores,… en una palabra: belleza. Espero no volver a alejarme de ti. Sé que está en mis manos, fui yo el que se escapó. No utilizaré el típico “tenía mis razones” porque aquí no valen las excusas. ¿Tu alma y la mía unidas para siempre? El amor no es eterno; la música, sí.


 

Marco-Antonio Romero

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